A medida que pasa la vida, nuestro cuerpo va llenándose de estrías y marcas. La piel se estira para ir recogiendose con el paso del tiempo en un rudo, feo y áspero traje de arrugas.
Hay cicatrices que además de la dermis nos marcan el ánimo , el alma. Son heridas de la guerra que llevamos en nuestra existencia , como en todas las batallas, hay heridos, hay muertos y vivos.
Yo también tengo una de esas heridas de muerte , más bien de vida.Cruza mi abdomen, de cadera a cadera dividiendo mi cuerpo en dos trozos de plastilina blanda, irrecuperables , a veces estan fofos, otras veces duelen y hacen que me encoja y me falte el aire , son imperfectos pero parte de mí.
Es exactamente como la línea que te deja el nacimiento de un hijo, quizás un poco más amplia, pero está vez mi cuerpo no se abrió para dar luz y oír llanto.
Hace dos años de la batalla, cuando el dolor, el daño , se apoderó de mis entrañas para dejarme vacía. Yerma como diría el poeta , seca y árida como la tierra baldía.
Su tacto es áspero, a veces extraño pero me gusta acariciarla, recordar eternamente que es mi cicatriz de vida.
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